Durante mi embarazo, y antes de saber qué Oliver vendría con sus problemitas de salud, mi pareja y yo teníamos súper claros algunos puntos respecto a la crianza.
Uno de ellos, era que Oliver nunca dormiría en nuestra cama y casi desde el principio dormiría en su habitación. Le acompañariamos hasta que se quedara dormido y acudiriamos con amor a cada llanto que escucharamos, para que supiera que estamos ahí para el.
Esa era nuestra idea 😁
La realidad ha sido otra…
Oliver ha dormido en nuestra habitación desde que salió del hospital con cinco meses…
Su cuna pegada a nuestra cama y una de nuestras mesillas con un monitor para controlar el oxígeno y el corazón y con una bomba para alimentarle por la noche a través de la sonda.
Y cada vez que lloraba y se retorcía de dolor a la cama con nosotros…
Poco a poco las cosas han ido cambiando, han ido mejorando. Muchísimo.
Dejamos de usar el monitor de manera regular hace ya unos meses. Oliver es capaz de mantener su nivel de oxígeno aún estando malito. Esto era impensable hace un tiempo, cuando pasabamos horas angustiosas mirando los números subir y bajar en la oscuridad. Me parece increíble lo que ha mejorado.
También empezó a tener menos dolores y a dormir mejor.
Así que, este verano, el 24 de agosto, con dos años y casi nueve meses, Oliver durmió en su habitación.
Y tan a gustito.
El y nosotros.
Por si acaso, hay una cama para nosotros, que ya he usado para dormir con él. Y por supuesto, de vez en cuando le traemos a la nuestra. Pero el paso ha sido inmenso para nosotros.
Y para terminar, quiero contaros como me sentí la noche del 24 de Agosto.
Lo primero que hice antes de acostarme fue… encender la luz. Si, encender la luz y sonreír. Y me sentí relajada y contenta y realizada. Había recuperado una parcela de mi vida.
Ha costado, pero lo hemos conseguido. Y así es este viaje, sin prisa, pero sin pausa.